lunes, 25 de noviembre de 2013

Maldita Soledad



Maldita Soledad


Hoy se cumplen diez años de este encierro, de no ser por los continuos alegatos baratos de mis padres ya hubiera perdido la cuenta; no niego que los quiero, pero de cuando en cuando me gustaría ser huérfano. Lo terrible del asunto es como llegué hasta aquí, no sé si me arrepienta, aún no he llegado a esa etapa, lo que sí sé es que recuerdo muy bien cómo fue. Yo traía muchas broncas de adolescente, como cualquier chavalillo me clavé en las drogas como una válvula de escape, aunque en realidad me gustaba volar; por mi adicción comencé a robar, primero a jalar bolsos, luego de carterista, hasta que comencé a usar una navaja para someter a la gente. Una de mis mejores amigas, Concepción, la Concha, al enterarse de mis adicciones y actividades delictivas, le contó a su tía, Doña Soledad.

Doña Soledad, señora buena, un poco chismosa, que iba a la iglesia y siempre estaba dispuesta a ayudar para las fiestas de la colonia, una tarde me recriminó: “A ver Pepe, ¿qué andas haciendo?, ya me dijo la Concha que andas en malos pasos”, le contesté: “No se crea nada Cholita, esa Concha que es bien mitotera”, me tomó por los hombros evitando mi huida, clavó sus cándidos ojos en mi cara, con un tono dulzón me dijo: “Ándale Pepe, no andes haciendo tonterías, mejor vete a hacer otras cosas, seguro ahorita ya te ibas a robar para tus drogas verdad, no seas tonto, no desperdicies tu vida así, mejor vete a ver la tele…”. Cuando terminó de decir esto, un dolor seco comenzó a subir de mi estómago a la cabeza, instintivamente saqué la navaja con la que andaba asaltando y de dos tajos rápidos y finos le cercené la garganta… a la mierda, mira que mandarme a ver la tele, no ve que dicen que eso apendeja.


Gustav Gigende. “Maldita Soledad” Cuentos del subconsciente. 2013

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